La mejor descripción que encontré para definir Cuba,
"cada quien ve lo que quiere ver", pero las palabras de este capitulo
de Eduardo Galeano en su libro "Ser como ellos" de los años 90 son
las que mas se adaptan a lo que yo sentí en ese maravilloso lugar del mundo
llamado CUBA.
A pesar de los pesares América Latina ya no es una amenaza.
Por tanto, ha dejado de existir. Rara vez las fábricas universales de opinión
pública se dignan echarnos alguna ojeada. Y sin embargo Cuba, que tampoco amenaza
a nadie, es todavía una obsesión universal. No le perdonan que siga estando,
que maltrecha y todo siga siendo. Esa islita sometida a feroz estado de sitio,
condenada al exterminio por hambre, se niega a dar el brazo a torcer. ¿Por
dignidad nacional? No, no, nos explican los entendidos: por vocación suicida.
Con la pala en alto, los enterradores esperan. Tanta demora los irrita. Al Este
de Europa han hecho un trabajo rápido y total, contratados por los propios
cadáveres, y ahora están ansiosos por arrojar tierra sin flores sobre esta
porfiada dictadura roja que se niega a aceptar su destino. Los enterradores ya
tienen preparada la maldición fúnebre. No para decir que la revolución cubana
ha muerto de muerte matada: para decir que ha muerto porque morir quería. Entre
los más impacientes, entre los más furiosos, están los arrepentidos. Ayer han
confundido al estalinismo con el socialismo y hoy tienen huellas que borrar, un
pasado que expiar: las mentiras que dijeron, las verdades que callaron. En el
Nuevo Orden Mundial, los burócratas se hacen empresarios y los censores se
vuelven campeones de la libertad de expresión. Nunca he confundido a Cuba con
el paraíso. ¿Por qué voy a confundirla, ahora, con el infierno? Yo soy uno más
entre los que creemos que se puede quererla sin mentir ni callar. Fidel Castro
es un símbolo de dignidad nacional. Para los latinoamericanos, que ya estamos
cumpliendo cinco siglos de humillación, un símbolo entrañable. Pero Fidel
ocupa, desde hace añares, el centro de un sistema burocrático, sistema de ecos
de los monólogos del poder, que impone la rutina de la obediencia contra la
energía creadora; y a la corta o a la larga, el sistema burocrático —partido
único, verdad única— acaba por divorciarse de la realidad. En estos tiempos de
trágica soledad que Cuba está sufriendo, el Estado omnipotente se revela
omniimpotente. Ese sistema no proviene de la oreja de una cabra. Proviene,
sobre todo, del veto imperial. Apareció cuando la revolución no tuvo más
remedio que cerrarse para defenderse, obligada a la guerra por quienes
prohibían que Cuba fuera Cuba; y el incesante acoso exterior lo fue
consolidando a lo largo del tiempo. Hace más de treinta años que el veto
imperial se aplica, de mil maneras, para impedir la realización del proyecto de
la Sierra Maestra. Continuo escándalo de hipocresía: desde aquel entonces,
toman examen de democracia a Cuba, los fabricantes de todas las dictaduras
militares que en Cuba han sido. En Cuba, democracia y socialismo nacieron para
ser dos nombres de la misma cosa; pero los mandones del mundo sólo otorgan la
libertad de elegir entre el capitalismo y el capitalismo. El modelo de la
Europa del Este, que tan fácilmente se ha derrumbado allá, no es la revolución
cubana: La revolución cubana, que no llegó desde arriba ni se impuso desde
afuera, ha crecido desde la gente, y no contra ella ni a pesar de ella. Por eso
ha podido desarrollar una conciencia colectiva de patria: el imprescindible
auto-respeto que está en la base de la autodeterminación. El bloqueo de Haití,
anunciado con bombos y platillos en nombre de la democracia herida, fue un
fugaz espectáculo. No duró nada. Terminó mucho antes del regreso de Aristide.
No podía durar: en democracia o en dictadura, hay cincuenta empresas
norteamericanas que sacan el jugo a esa mano de obra baratísima. En cambio, el
bloqueo contra Cuba se ha multiplicado con los años. ¿Un asunto bilateral? Así
dicen; pero nadie ignora que el bloqueo norteamericano implica, hoy por hoy, el
bloqueo universal. A Cuba se le niega el pan y la sal y todo lo demás. Y
también implica, aunque lo ignoren muchos, la negación del derecho a la
autodeterminación. El cerco asfixiante tendido en torno a Cuba es una forma de
intervención, la más feroz, la más eficaz, en sus asuntos internos. Genera
desesperación, estimula la represión, desalienta la libertad. Bien lo saben los
bloqueadores. Ya no hay Unión Soviética. Ya no se puede cambiar, a precios
justos, azúcar por petróleo. Cuba queda condenada al desamparo. El bloqueo
multiplica el canibalismo de un mercado internacional que paga nada y cobra
todo. Acorralada, Cuba apuesta al turismo. Y se corre el peligro de que resulte
peor el remedio que la enfermedad. Cotidiana contradicción: los turistas
extranjeros disfrutan de una isla dentro de la isla, donde para ellos hay lo
que para los cubanos falta. Se reabren viejas heridas de la memoria. Hay bronca
popular, bronca justa, en esta patria que había sido colonia, y había sido
putero, y había sido garito. Penosa situación, sin duda; que por ser cubana, se
mira con lupa. Pero ¿quién puede tirar la primera piedra? ¿No se consideran
normales, en toda América Latina, los privilegios del turismo extranjero? Y,
peor, ¿no se considera normal la sistemática guerra contra los pobres, desde el
mortal muro que separa a los que tienen hambre de los que tienen miedo? ¿En
Cuba hay privilegios? ¿Privilegios del turismo y también, en cierta medida,
privilegios del poder? Sin duda. Pero el hecho es que no existe sociedad más
igualitaria en América. Se reparte la pobreza: no hay leche, es verdad, pero la
leche no falta a los niños ni a los viejos. La comida es poca, y no hay
jabones, y el bloqueo no explica por arte de magia todas las escaseces; pero en
plena crisis sigue habiendo escuelas y hospitales para todos, lo que no resulta
fácil de imaginar en un continente donde tantísima gente no tiene otro maestro
que la calle, ni más médico que la muerte. La pobreza se reparte, digo, y se
comparte: Cuba sigue siendo el país más solidario del mundo. Recientemente, por
poner un ejemplo, Cuba fue el único país que abrió las puertas a los haitianos
fugitivos del hambre y de la dictadura militar, que en cambio fueron expulsados
de los Estados Unidos Tiempo de derrumbamiento y perplejidad; tiempo de grandes
dudas y certezas chiquitas. Pero quizá no sea tan chiquita esta certeza: cuando
nacen desde adentro, cuando crecen desde abajo, los grandes procesos de cambio
no terminan en su lado jodido. Nicaragua, pongamos por caso, que viene de una
década de asombrosa grandeza, ¿podrá olvidar lo que aprendió en materia de
dignidad y justicia y democracia? ¿Termina el sandinismo en algunos dirigentes
que no han sabido estar a la altura de su propia gesta, y se han quedado con
autos y casas y otros bienes públicos? Seguramente el sandinismo es bastante más
que esos sandinistas que habían sido capaces de perder la vida en la guerra y
en la paz no han sido capaces de perder las cosas. La revolución cubana vive
una creciente tensión entre las energías de cambio que ella contiene y sus
petrificadas estructuras de poder. Los jóvenes, y no sólo los jóvenes, exigen
más democracia. No un modelo impuesto desde afuera, prefabricado por quienes
desprestigian a la democracia usándola como coartada de la injusticia social y
la humillación nacional. La expresión real, no formal, de la voluntad popular,
quiere encontrar su propio camino. A la cubana. Desde adentro, desde abajo.
Pero la liberación plena de esas energías de cambio no parece posible mientras
Cuba continúe sometida a estado de sitio. El acoso exterior alimenta las peores
tendencias del poder: las que interpretan toda contradicción como un posible
acto de conspiración, y no como la simple prueba de que está viva la vida. Se
juzga a Cuba como si no estuviera padeciendo, desde hace más de treinta años,
una continua situación de emergencia. Astuto enemigo, sin duda, que condena las
consecuencias de sus propios actos. Yo estoy contra la pena de muerte. En
cualquier lugar. En Cuba, también. Pero ¿se puede repudiar los fusilamientos en
Cuba sin repudiar, a la vez, el cerco que niega a Cuba la libertad de elegir y
la obliga a vivir en vilo? Sí, se puede. Al fin y al cabo, a Cuba le dictan
cursos de derechos humanos quienes silban y miran para otro lado cuando la pena
de muerte se aplica en otros lugares de América. Y no se aplica de vez en
cuando, sino de manera sistemática: achicharrando negros en las sillas
eléctricas de los Estados Unidos, masacrando indios en las sierras de
Guatemala, acribillando niños en las calles de Brasil. Y por lamentables que
hayan sido los fusilamientos en Cuba, al fin y al cabo, ¿deja por ellos de ser
admirable la porfiada valentía de esta isla minúscula, condenada a la soledad,
en un mundo donde el servilismo es alta virtud o prueba de talento? ¿Un mundo
donde quien no se vende, se alquila? (1992) Eduardo Galeano.
Enramadas, Santiago de Cuba (2017)
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Hasta los próximos amigos.
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